domingo, 13 de julio de 2008

Camino a la cocina

Freya León

Pasara lo que pasara aquel invariable pasillo con descorchadas paredes ahogadas en polvo siempre lo conduciría certeramente hasta la austera cocina en la que el despliegue de una cerilla sería el primer sonido que lo acompañaría fielmente mañana a mañana.

“¡Paco! Tan básico como inconcluso. Mi nombre ni requería el más mínimo esfuerzo gesticular de mis interlocutores para pronunciarlo. Dos sílabas, simulando un sonido servían para llamarme”.

Sobre un desgastado taburete y los codos sepultados sobre la mesa, con la compañía espumosa de un café colgando en su mano izquierda, planificaba sin la más mínima señal de ansías su jornada. Y es que atravesar la Tercera Avenida de los Héroes con un paso sostenido no tomaba más de diez minutos de ida y otros diez de vuelta.

A su llegada a la oficina de correos de la capital, recibía de manos del supervisos “un manjar de cartas”, dulces o agrias para quien las envía, pero para él, simplemente ajenas. Nunca un sobre de color rosa menos aún, alguno con aspecto de funesta noticia habían despertado su curiosidad. Él, sólo se limitaba a clasificarlas.

La única aproximación a un grito sofocado que llegó a escuchar en su vida, tenía origen en la garganta del supervisor anunciando su salida.

Saliendo todos los trabajadores juntos, y no tomando más de dos minutos para decir “hasta luego” y desearle al otro un buen día, Paco rompía la fila y comenzaba su travesía de retorno por la Tercera Avenida de los Héroes. Dispuesto a realizar uno de los pocos movimientos que simulaban dinámica en su vida: abrir la puerta del apartamento 3-B, tomar un corto baño para con precisión colocar la cabeza sobre la almohada, sujetar el control remoto y así por lo menos vivir el noticiero. Hasta que por la empolvada cortina se filtrara el primer rayo de sol que lo pondría frente a frente con el túnel hasta la cocina.

sábado, 12 de julio de 2008

2Kb

Carla Alvarenga

Ya estaba recuperando su ánimo, podía estar sólo en el cuarto, en la casa, sin que al pensar en ella brotaran de sus ojos dolorosas lágrimas. La música sonaba como era, no como un tango eterno de esos que escuchaba hace unos días. No Doubt y Creed, ya no eran ellos, le sonaban a Gardel. Fuertes y penetrantes tumbos que se agudizaban con el ronco de la voz y se le clavaban como agujas hechas de letras en donde siempre estaba ella. De canción en canción cambiaba de nombre, de piel, de cabello, pero para él era ella. Él sintiendo por y con ella. Seguía sólo.

Estaba con Grishman y sus suspensos. Quiso saber lo que le había escrito, no había visto el aviso, pero pronto se encontraría con un fondo blanco de tequila en el nick y 2kb de Susana en la bandeja de entrada.

Leer. No leer. Era corto, falto de letras, para lo que él creía necesitar, quizá falto de sentimientos, o tal vez no, quizá era una frase tan cargada como inexplicable. Leer. No iba a ser como los 2kb de antes. Traviesos con frases sentidas y cariñosas, o los que más gustaban, propuestas indecentes que para él significaban el momento de decencia más magnánimo de Susana.

Un titubeo. Leer. Error. ¿Leer?. ¿Y si era un aviso?. ¿Si lo a iba a perturbar de nuevo?. ¿Si le devolvía a Gwen la voz de Gardel?. Perturbado ya estaba, su sólo nombre en la bandeja de entrada con un alma de 2kb y el mensaje no leído ya era desconcertante. Era ella. Era él extrañándola a ella.

Actualizar. Leer. Pantalla iluminada, con borde azul y centro blanco. Blanco con marcas negras, símbolos que arman un párrafo. Blanco espacio. Susana Vennett.-

(3er semestre - Taller de Redacción I - 2006)

Mi préstamo a la vida

Carla Alvarenga

¿Quién lo iba a creer?, tanto tiempo, tanta vida, todo pasa, todo queda. ¿Cuándo pasó?, ¿Cómo pasó? No me di cuenta de cómo llegó este momento. Es triste, ya no eres mía. Falso, siempre lo serás. Pero ya volaste.

Ahí estas, con tu nerviosismo inmóvil, que me asusta y me inunda los ojos de melancólicas y nostálgicas lágrimas. Tan llena de vida, pero tan rígida. Tan de luto, tan de negro.

Me acuerdo como si fuera ayer cuando en éste mismo mundo te aferraste a mi pierna (tan gigante y segura para ti) como si fuera una columna del coliseo que años después conocerías, pero con esa misma inmensidad para ti.

Muchos niñitos alrededor, algunos descubriendo el misterio de tus rulos, otros tratando de conocer a tu amiga, esa muñeca que el niño Jesús te había dejado bajo el luminoso y colorido arbolito de la casa, hacía ya un tiempo, esa misma a la que le imprimías vida. Habían otros que entre lo que me tratabas de decir, veías atentamente, estaban haciendo algo que te parecía conocido: atados y tristes rogando porque no los abandonaran, aferrados a partes del cuerpo de despiadados adultos. Muchos gritos, mucha bulla, querías tú cama y a tu Naia. No te gustaba estar igual a los demás. Llegó por ti una completa y estirada desconocida, reacia y entre lágrimas que llenaban tus pequeños ojos me dejaste de ver fatídicamente, paso a paso.

Seis horas fueron un siglo, pero me recordaste cuando a la puerta te estaba esperando, un abrazo reconfortante y culpable me acechó. Desde ese día, todas las mañanas te molestaba algo que no podía dejarte salir de la cama, a medida que fuiste aprendiendo enfermedades te las atribuías todas, poco a poco esos pesares que algún días me achacaste, los iba padeciendo yo y achacándotelos a ti.

Hoy. Aquí. Ahí. Con tu largo trapo negro y ese sombrerito, sé que ya te perdí, tu medalla adornando tu cuello y alumbrando tu sonrisa, son la firma y el sello de mi préstamo a la vida, pero yo siempre seré tu propia columna del coliseo.


(3er semestre - Taller de Redacción I - 2006)

No estaba solo

Carla Alvarenga

¡Me atacó! Corría desesperada de ese ser maligno y despiadado. Mientras más me alejaba más sentía su presencia. No quería mirar atrás, pues huía de su aspecto repugnante, pero él no se daba por vencido en su afán de atacarme.

Podía escuchar el arrastre de sus pasos. Sin darme cuenta estaba adentro de ese oscuro y sucio edificio, corrí por las escaleras, pero en el primer piso no había nada más que la puerta de un ascensor, y su presencia aún me hostigaba. Desesperada llamé al ascensor, él cada vez más cerca, cuando abrieron las puertas entré.

Acabo de despertar, todo mi cuerpo está rígido y ausente. Me costó reconocer este cuarto de hospital, de pronto el arrastre de unos pasos me llevó a mirar la ventana. El pánico estremeció mi cuerpo. Me di cuenta que él aún estaba ahí, y no estaba solo. Cada vez caían más y más gusanos en la ventana, yo no podía hacer nada. Esta vez no podía correr.


(3er semestre - Taller de Redacción I - 2006)

martes, 8 de julio de 2008

As seen on TV

Yimmi Castillo

Play.

Imagen intermitente, interminable, chispeante. No hay nada aún. Aparece algo de pronto. La cámara apuntando el suelo. Movimientos descontrolados y frenéticos: Nubes, una calle, suelo, un perro, una casa.

Paneo de izquierda a derecha.

Imagen de una casa, mi casa. La pared es azul. ¿Esa pared no la pinté de verde ayer?

Traveling in.

Se abre la puerta de la casa, la cámara avanza, pasa por la sala. Muebles, fotos, un espejo. Varios cuadros en la pared. La pared es blanca, aún lo es. La cámara se detiene frente a la cocina

Plano General.

La cocina por dentro: el fregadero, cuatro gabinetes, dos están abiertos.

Zoom in.

Primer plano de un paquete de azúcar y uno de café.

Zoom Out.

Traveling in con paneo de derecha a izquierda.

La mesa del comedor, de seis puestos, con el centro de mesa que compró mi mujer al buhonero aquel en Sábana Grande.

Traveling out. Paneo de izquierda a derecha.

Otra vez la sala.

Paneo de derecha a izquierda.

La puerta de mi cuarto. Al lado, la puerta del cuarto desocupado destinado a mi primer hijo. Ambas puertas están cerradas.

Primer Plano de la puerta de mi cuarto.

Traveling in.

La puerta de mi cuarto se abre. Mi cama, una voz: “Mi amor, ¿llegaste?”.

Paneo de derecha a izquierda.

Plano general de la puerta del baño.

Mi mujer sale desnuda. Cara de sorpresa, grita, intenta correr.

La imagen se voltea, de lado. Rebote. La cámara queda fija. Al parecer cayó en la cama. Un hombre, o más bien sus Levi’s. Toma a mi mujer, creo que la agarra por un brazo, su brazo izquierdo. La golpea, la mete en el closet.

Pausa.

Miro al closet.

Play.

Pantalla negra

Forward.

Imagen chispeante, la misma del inicio. Nada, al parecer eso es todo.

Stop.

Me dirijo al clóset. Dudo. Abro la puerta.

No hay nada

Bajo la mirada. Una nota en el piso.

Tomo la nota y la leo:

“Si lo viste en televisión, ¿debe ser verdad?”.


Taller de redacción I. 2005 (Creo). Reeditado en 2008.

La Misión

Yimmi Castillo

Entré en ese extraño aparato. La compuerta se cerró a mi espalda y miles de luces brillantes y de muchos colores encandilaron mis ojos. Me sentí mareado y un fuerte sonido me aturdió hasta el punto que no supe más de mí.

Al despertar me hallé en un sitio extraño pero familiar. Recordaba vagamente lo que había sucedido; aquel científico loco había logrado convencerme para formar parte de su experimento, no sé como lo hizo. Lentamente traté de hacer memoria para recordar todo lo sucedido: el científico, sus palabras, aquel líquido verde brillante y la máquina que me trajo hasta aquí. En sus palabras recuerdo vagamente haber escuchado algo de un lugar al otro lado del Sol que necesitaba ayuda, habló de una misión, pero no logré recordar más.

Decidí recorrer el sitio para intentar resolver el problema de cómo y por qué estaba allí. El lugar, a pesar de parecerme familiar, tenía algo en el aire que no me ayudaba a respirar bien, ¿qué será ese olor tan extraño? Caminé un largo trecho y llegué a una construcción antigua, solo recordaba haberla visto en libros de historia. De pronto vi acercarse a mí un vehículo tan antiguo como la construcción por la cual se trasladaba. En ese momento recordé mi aeromóvil y extrañé tenerlo conmigo, hubiese recorrido todo ese lugar a la velocidad de la luz y hubiese recordado al fin qué diablos hacía yo aquí.

Fue en ese momento cuando me di cuenta que no estaba en mi planeta, y luego un recuerdo fue llegando tras otro. Mi misión, me hallaba en un planeta extraño, el tercer planeta de la galaxia vecina. El mismo que tenía un atractivo color azul que lo destacaba entre los demás en aquel mapa estelar. Recordé que aquel científico era mi padre y alarmado entendí por qué estaba aquí.

Salté ante el vehículo que frenó bruscamente, de él salió un humano, intenté hablarle pero me di cuenta que no comprendía mis palabras. Estaba asustado, supuse que nunca había visto a alguien como yo, y las diferencias físicas evidentes no me ayudaban a comunicarle que venía a cumplir una misión importante en su planeta.

El humano entró de nuevo en su vehículo, sacó un arma antigua, me apuntó y disparó.

Misión fallida.


Castellano II. 2004.

La traición

Yimmi Castillo

"Ja ja ja ja". Las risas invadían al apartamento por completo. Cerré la puerta con mucho cuidado para no hacer ruido. Fui a la cocina a prepararme un café. Definitivamente necesitaba una buena dosis de cafeína que me preparara a lo que estaba a punto de descubrir.

Mientras el agua alcanzaba su punto de ebullición, recordé el día en que la conocí.

Iba sentada a mi lado en un autobús que cubría la ruta Caracas-Valera. Le pregunté la hora como excusa para iniciar la conversación. "Son las cinco en punto", respondió ella de manera indiferente. El viaje fue largo y la relación se inició de manera casi inevitable, era preciso mantener una conversación para pasar el tiempo. Al llegar al Terminal, bajé con mi morral en una mano y su teléfono anotado en la otra.

Siempre supe de su personalidad libertina, así lo acepté, así decidí tener una vida a su lado, así incluso compartí fantasías y aventuras sexuales con compañeras de trabajo, suyas y mías, realmente la palabra traición no cabía dentro de nuestro mundo.

El café caliente mojó mis labios, quemó un poco mi lengua y me repuso del cansancio del día. ¿A quién habrá traído esta vez? ¿Ana? ¿Daniela? ¿O las gemelas que conocimos en el ferry las pasadas vacaciones?

La excitación me desbordaba mientras cruzaba el pasillo al cuarto. Las risas se hacían más fuertes, la humedad invadía mi entrepierna. Me quité la ropa antes de entrar. Menos mal que me había puesto el conjunto de encajes rojos que tanto le gustaba. Abrí la puerta cuidadosamente. El cuarto estaba en un desorden tremendo y las risas cada vez más cercanas venían del cuarto de baño.

De pronto, mis ojos vieron algo en el piso. Una angustia tremenda invadió mi pecho y las lágrimas en mis ojos hicieron acto de presencia. Caminé hacia el baño con el temor de descubrir lo que ya había descubierto, fue entonces cuando noté que una de las risas era diferente a todas las risas que habían cruzado ese cuarto dejando su eco, fue entonces cuando la palabra traición cruzó mi mente y se manifestó en mi boca.

Mis ojos daban fe a mis temores, allí estaba ella, cometiendo el peor acto de traición que se le puede hacer a una mujer enamorada. Retrocedí sin que se notara mi presencia, mis piernas flaquearon haciéndome caer al piso, justo encima de la corbata y la caja de condones que rato antes delataron su acto vil. ¿Como se atrevió a ensuciar mi cama con ese fétido líquido seminal?

Me levanté a buscar el arma que guardaba bajo el colchón, la tomé y fui de nuevo hacia ellos, levanté el arma, apunté y disparé.


Taller de redacción I. 2005.

Yo reflejo

Yimmi Castillo

“Sabes bien que no quiero hacerlo”. Ella dijo eso parada frente a mí. Era primera vez que veía a esta mujer, pero, he visto muchas mujeres en mi vida, así que en realidad no podría afirmar si la había visto o no. Sacó una pintura que se echó en los labios tornándolos de un color rosa pálido que le transformó la cara. Llevaba puesta una blusa negra manga larga, unos guantes negros, uno de ellos puesto encima del lavamanos mientras hacía su trabajo de embellecimiento.

-Así sea para cometer un crimen hay que ser bella –dijo, pero esta vez fue algo extraño, no noté movimiento alguno en sus labios -, tenemos que hacerlo, lamentablemente o afortunadamente.

-Pero, es que no le encuentro sentido a esto de matar por algo de lo que no estoy convencida –esta vez si hubo movimiento en sus labios -, realmente no lo quiero hacer.

La otra voz venía de mí. Hasta ese momento jamás había sentido eso, pensaba que mi función era simplemente estar parado allí y que la gente buscara su reflejo en mi cara. Y en ese sentido había visto muchas cosas. Un día la señora de la casa se pasó toda la mañana haciendo muecas extrañas, de haber tenido boca me hubiese reído a carcajadas. Otro día el señor entró muy molesto y golpeó con su puño mi cara, dejándome una grieta que hasta el día de hoy me adorna. Pero, definitivamente a esta mujer no la conocía.

-No tienes que estar convencida de nada, es algo que tienes que hacer y punto –la voz dentro de mi estaba algo molesta, al parecer -. Eres una tonta, termina y sal de aquí.

-Espera, tengo que ponerme esto.

Sacó un pasamontañas negro de un bolso que traía y se lo colocó, la voz dentro de mi le contestó: “Date prisa, no hay tiempo que perder. Debemos hacer justicia”.

Era extraño, yo no quería decirle esas cosas, es más, no era yo quien se las decía. La mujer metió todo en el bolso y se dirigió a la puerta del baño, se detuvo y se volvió a mí. Su rostro, todo cubierto de negro tenía un ligero contraste con los labios rosa pálido que sobresalían por uno de los orificios del pasamontañas.

-Si llego a fracasar tengo que acabar con mi vida. ¿Tú vas a explicarle a mamá?

-Si tú fracasas, yo también fracaso. Los de la organización le hablarán de lo que pasó, tal como quedamos.

La mujer salió rápidamente. Yo me quedé ahí en mi puesto, dispuesto a seguir siendo el espejo del baño del palacio de gobierno que siempre había sido. De pronto escuché a la señora gritando, luego un disparo, dos, tres, mucho silencio. Unos pasos, la mujer entró de nuevo al baño un poco agitada, se quitó el pasamontañas y sonrió ante mi.

-Lo hicimos…

-Sí, lo hicimos. Vámonos de aquí antes que alguien se de cuenta.


Castellano II. 2004.

sábado, 5 de julio de 2008

Esperar, esperar, esperar

Michelle Falsone

El frío roble de la puerta crispaba sus nervios, y con la yema de sus dedos rozaba el metal brillante de la manija. Se decidió por abrirla. Si, le carcomía por dentro. Tenía que saber cómo era ella, esa mujer de sonrisa contagiosa y profunda mirada a la que vio una vez y que le asaltaba cada uno de sus pensamientos. Tenía que entrar y sólo le quedaría esperar, esperar, esperar. Abrió la puerta con su mano derecha y mientras mantenía fuertemente la izquierda agarrada de la cuerda, dio un paso.

Un aroma impregnó sus sentidos, como una brisa cálida de verano adornada con toques de esencias místicas cuyos nombres se han olvidado. Un sabor a trópico, a mar. Una sensación de paz y tormenta, de risa y lágrimas le invadió el alma. ¡Tantas imágenes le traía ese lugar en el que jamás había estado!

Los rayos de sol se filtraban a través del balcón al ritmo del baile de las largas cortinas que lo cercaban. Los rayos bañaban la habitación y calentaban el piso donde tantas veces pies desnudos danzaron. El techo raso estrellado cubría la habitación representando un cielo que no existía, constelaciones sin nombres. Del espejo del tocador caían coloridos y ondeantes velos, rozando el viejo y adorado cascanueces, con la bailarina de porcelana, el ratón de fieltro y el reloj de madera que aún funcionaba. Adornos tribales, indígenas y africanos también encontraban un equilibrio desconocido en la decoración.

La madera color caoba del tocador hacía juego con la cama, la mesa de noche, el secreter atestado de libros. Encima del televisor había hadas y una muñeca colonial, una flauta de pan y un adorno tribal mejicano de hierro forjado y cristales de colores. Juegos de polly pocket en las repisas del mueble, el dvd e innumerables películas amontonadas.

El secreter inundado de libros, libros de mitología, de extraterrestres, de metafísica, de ciencia, de fantasía llenaban los estantes; Platón, Benítez, Rowling, Tolkien, Bronte. Cientos de hojas y cuadernos en desorden dentro del mueble, gavetas llenas de carpetas, plastilina, cartulinas, exámenes, disfraces, reglas y trajes de baño. La mesa de noche con velas aromáticas, cristales de amatista, la lámpara en forma de flor alumbrando a una bailarina. Cuadros de paisajes autóctonos, abstractos, llenos de color. Una pared casi llena de reconocimientos y diplomas apenas sostenidos por trozos de teipe, casi sin importancia. En el balcón montones de pinceles y óleos, acrílicas y tempera. En las paredes pintadas palmeras tamaño real.

Y se sentó en la cama, aspirando cada sensación que le traía ese lugar, ahora lo sabía todo sobre ella. Sólo tendría que esperar, esperar, esperar. Miró al techo estrellado y una constelación salió a su vista, el ahorcado, rió para sus adentros, ella había tenido su propio final al frente de sus narices y nunca se había dado cuenta. Acarició la soga de seda y suavemente la templó. Estaba perfecta. Tenía que ser perfecta pues al cuello al que pertenecería era digno de la más honrosa de las muertes. Sólo tendría que esperar, esperar, esperar.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

El chícharo

Michelle Falsone

Y esta historia es sobre mí, por primera vez sólo sobre mí, sobre mis penas y desgracias, la desmerecida falta de atención, mi vida siempre en segundo plano, de relleno dirían muchos.

Jack y las habichuelas mágicas, o La Princesa y el chícharo, son perfectos ejemplos de cómo el papel que cumplo en las historias no es sólo protagónico, sino totalmente necesario, porque si no fuera por mí, no existiría historia; pero las personas no están conscientes de la verdadera importancia que ha tenido ser yo en el mundo de los cuentos de hadas. ¡Cuentos de hada un comino! ¡Son tan reales como tú y yo! Y hablemos de la historia de la princesita ésta, en donde me agarraron y sin ningún tipo de consideración me montaron cientos de colchones encima para que luego esa malcriada obesa niña no dejara de quejarse de que yo la estaba molestando, ¿quería hacerme perder el trabajo! ¡Como si abundasen papeles para los chícharos-habichuelas!

Pero aún siendo despreciado por todos, siempre cumplí con lo que me pedían, nunca quise molestar, no robé cámara ni sobreactué, dejé que se aprovecharan de mí, que me agrediesen, que me maltratasen, pues ¡nunca más, no volverá a suceder!

Y si me hubiera negado a crecer qué ¿ah? Nunca hubiera existido una planta que llevara a Jack hacia el castillo del gigante, jamás hubiera conseguido la gallinita de oro y no hubieran vuelto asquerosamente ricos. ¿Y cómo me pagan? ¡El ingrato de Jack corta mi tronco con el hacha y el gigantón me aplasta de lleno con todo su peso!

Pero ahora sí, es el momento de los chícharos. Es hora de la dulce venganza…

¡Voy a crear mi propio reino, y los chícharos vamos a conquistar al mundo!

El suelo temblará y crujirá, pues la hora de los chícharos-habichuelas ha llegado. Y el planeta será nuestro y el mundo se arrepentirá de lo que nos han hecho.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

Paredes blancas

Michelle Falsone

--¿Cómo llegamos aquí? --preguntó desorientada Lizzie viendo desorbitadamente las paredes que la rodeaban--, ¿quién nos trajo aquí?

--¿Cómo diablos esperas que sepa?, ¿se supone que debo saberlo todo? --habló molesta Regina dando vueltas por la habitación— Abby está despierta desde hace rato y no me dice nada, ¡es una estúpida inútil!, ¡sólo escúchala! --le gritó a Lizzie--, ¡cálmala de una vez!

Lizzie sintió tristeza al escuchar a la pequeña Abby, que sólo repetía: “Blanco, blanco, blanco”, meciéndose sobre ella misma. Abby siempre le había temido a todo, y sobre todo a Regina. Era una muchacha tímida e introvertida, y solía esconderse detrás de Lizzie para evitar enfrentarse a la implacable y dura Regina.
--¡La voy a matar! --gritó Regina dirigiéndose a Abby--, todo es su culpa, que estemos aquí, ¡todo! Si no fuese tan miedosa, tan bocona; ¡Te voy a matar! – gritó desaforadamente, pero Lizzie la detuvo en seco.

--No puedes y no lo harás, deja a Abby en paz, no es su culpa.

Lizzie tenía dolor de cabeza, Regina no dejaba de gritar, Abby no dejaba de sollozar. Lizzie comenzó a gritarle a Regina que se callara y las dos empezaron a pelear como tantas veces antes. Abby se mecía con más fuerza y se tapaba los oídos. De repente un sonido proveniente de la puerta alertó a Abby, alguien estaba tratando de entrar. Ni Lizzie ni Regina lo notaron. Una señora morena de ojos gentiles entró en la habitación. Abby seguía sollozando. La mujer se arrodilló frente a ella y le habló con dulzura.

--¿Con quién estoy ahora? ¿Con Lizzie o Regina? --preguntó gentilmente la señora de ojos negros.

Abby no respondió, siguió murmurando: “Blanco, blanco, blanco”, mientras se mecía en el acolchado piso blanco.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

miércoles, 2 de julio de 2008

Un hombre

Michelle Falsone G.

Un hombre me devuelve la mirada. Tiene amargura y dolor en ella. El rastro de lágrimas que cayeron por sus mejillas se secó, ya no tiene lágrimas para llorar. Su alma se secó. Me recuerda a alguien. El no sabe quien soy tampoco. Me ve fijamente como tratando de encontrar algo que se le perdió. Trata de buscar esperanza, pero no la encuentra y no la encontrará. El lo sabe. Quisiera no estar tan cerca de el, quisiera no sentirme mal por él, pero no puedo.

Mira hacia abajo respirando profundamente y alza la vista de nuevo. Sus ojos decididos se despiden de mí. Tenía amargura y dolor en ellos, pero ya no, no, ya no. Ahora su mirada es de piedra, fría y dura. Ahora ya no puede sentir, ya no puede llorar. Es de piedra, duro y frío.

Un hombre me devuelve la mirada, no lo reconozco, no se quién es. Pero me alejo del espejo y su reflejo ya no se ve. Aunque no lo vea, no se va, está conmigo. Sí, me recuerda a alguien, pero alguien en el que me convertí.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

Gris

Michelle Falsone G.

Veo a la gente caminar como hormigas trabajadoras, que comen, viven, respiran y mueren al compás de las manecillas de un reloj , una masa grisácea que se mueve sin pensar, sin sentir, sin soñar, que respira no al ritmo de los latidos de sus corazones ni de colores vibrantes, solo se mueven entre grises y horarios, entre cafés y corbatas. Las personas caminan hacia los andenes, algunos se paran respetando el rayado, otros se apretujan en el borde para entrar primeros al vagón cuando éste llegue. Algunas miradas de desaprobación, algún que otro reproche hacia los violadores de las reglas se escuchan algunas veces. En las horas pico se ven más hormiguitas, que no sin prisa, caminan en la misma dirección, pero sin sentido ni propósito, caminan como sombras, creyendo que saben a donde llegarán sin realmente saber a dónde van. Sonidos de personas aclarándose la garganta, un niño llora, alguien estornuda en el fondo. Están esperando el tren, un tren que va y viene, se regresa y vuelve a ir, que nunca va a ningún lugar, un tren que nunca ha visto el sol, así como muchos que se montan en él.

Hay veces, muy pocas, pero hay, que el tren no ha llegado, el sonido del silencio retumba en las paredes, y por muy pocos segundos, se puede ver en alguna cara de esa masa grisácea, el repentino golpe de la consciencia que a medias despierta y algún sueño enterrado vuelve a latir con pereza, y el destello del sol en su mirada y los colores del arcoíris por un momento parecen asomarse en el rostro , un profundo suspiro sale de sus labios, pero el tren llega, y la persona solo recuerda que debe montarse en él, y lo hace, olvida el suspiro y el brillo del sol se va.

Una masa grisácea está esperando el tren, un tren que va y viene, se regresa y vuelve a ir, que nunca va a ningún lugar, un tren que nunca ha visto el sol, así como muchos que se montan en él.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

Flores

Michelle Falsone G.

Es tarde y no puedo armar los trozos de mi alma. Gotas caen en la ventana y empañan el vidrio. Gotas caen de mis ojos y empañan mi rostro. Mi alma está rota, se rompió ayer.

Es temprano de mañana y estoy parada en este sombrío jardín. Muchas personas están a mí alrededor pero no conmigo, no, no conmigo, yo estoy sola. Odio las flores, no siempre las odié pero ahora las odio. Las personas regalan flores como signo de amor eterno, pero las flores mueren, igual que todos, igual que todo. Nada es para siempre, todo muere. Todo lo que alguna vez fue ya no será.

Una cortina de llovizna gris me cubre en ese sombrío jardín. Personas me tocan y hablan pero no las siento, no las oigo. Todo es borroso, todo es gris, todo es negro, nada importa, nada importa ya. Mis ojos ven las hermosas flores que cubren su urna de roble. Como odio las flores.

Sigo parada allí en ese jardín sombrío vestida de negro. No puedo escuchar nada excepto el chirrido de las poleas mal engrasadas que hacían descender lentamente la caja de roble hacia el subsuelo. En ese momento lo sentí, algo se quebró en mí, algo que jamás volvería a repararse en el tiempo que me quedara.

Las palas de unos hombres fornidos se clavan en la tierra y la arrojan sobre el ataúd. Gotas cayeron del cielo y empañaron mi vestido. Gotas salieron de mis ojos y empañaron mi rostro.

Ayer mi alma se rompió. La tierra se tragó lo que la mantenía entera. Hay ciertas cosas que el tiempo no puede curar, hay heridas demasiado profundas que echan raíces en el fondo del alma desgarrándola para siempre en trozos ¿Cómo volver a ser quien eras, si lo que te hacía ser ya no está? Yo soy una sombra, una sombra que camina y respira, pero solo una sombra, que odia las flores.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

1184, Francia

Michelle Falsone G.

1184, Francia.

El olor a ceniza inunda el aire. La brisa cargada de humo le ensanchaba los pulmones; parecía darle satisfacción respirar ese aire de carne rostizada. Se podían escuchar los ecos de gritos desgarradores de voces que no volverían a escucharse.

Era invierno, pero el calor del fuego aún haciendo crepitar trozos de madera mantenía alejado el frío.

“Es mi deber sagrado llevaros a donde perteneces, os castigo, malvados demonios y os condeno al fuego infernal”, gritó el obispo a la multitud concurrida alrededor de la plaza.

Se sentía bien de nuevo, como debía ser, sintiendo regocijo por haber cumplido su deber. Acabó con ella, y con todas las que eran como ella. Esa víbora seductora que lo hipnotizaba con su caminar suntuoso, labios carnosos que encerraban esa lengua bífida, ese aliento que era veneno mortal, y esos pechos…. pecado.

La había condenado al fuego del infierno, la había mandado de vuelta a donde pertenecía, lejos del mundo y de los santos como él. A él no le importaba su propio fin, sabía que iría al cielo, de eso estaba seguro, el señor le guardaría un puesto a su lado, por haber cumplido con su misión. El creía en la santa inquisición, el santo oficio, en el honor de limpiar la tierra de los infieles y los impuros, de los demonios. El era el salvador de los hombres y nada debía temer.

Cómo le emocionaba verla retorciéndose entre las llamas, esa imagen tan delicadamente esculpida, se iría para siempre, ahora si él sería libre, libre de su embrujo.

El fue el salvador de las almas del mundo y condenar a las almas corruptas que torcían la verdad originando pensamientos impíos a los mortales era su misión, extinguir el mal, aniquilar la escoria de la humanidad.

1820, España.

El olor a ceniza inunda el aire, la brisa cargada de humo le ensancha los pulmones, a él no le importaba su fin, sabía que iría al cielo, de eso estaba seguro. El creía en la santa inquisición aunque ya no existiera, en el honor de limpiar la tierra de los infieles y los impuros, de los demonios. El era el salvador de los hombres y nada debía temer.

Estaba siendo condenado por unos mortales, inconscientes, como cuando Cristo fue crucificado. “Sí, Cristo es como yo”. Comenzó a respirar el olor de su propia carne rostizándose. Ampollas en sus pies comenzaron a explotar.

La piel de las piernas se caía chamuscada, gritó de dolor, y como una visión entre la hoguera allí estaba ella. La imagen no se desvanecía y las llamas subían altas. De los labios carnosos salió una voz diciendo: “La verdad te condena”. Y por primera vez en su alma sintió temor, en su oscura vida de poder dominador.

Ecos de gritos desgarradores clamaban piedad, y su sombra de hierro, oscura y cruel, desapareció entre las altas llamas de la hoguera que crepitaba.

2184, Francia, España.

Es invierno y el olor a ceniza inunda el aire…


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)