lunes, 17 de noviembre de 2008

Procesos de socialización

Yimmi Castillo

En: http://elblogdeyimmi.blogspot.com/2008/10/procesos-de-socializacin.html

sábado, 2 de agosto de 2008

El blanco infierno

Emilia Díaz

Nunca pensé que el infierno fuese tan luminoso, tan blanco. Quizás todo se deba a las acciones de mis últimos minutos de vida, por lo menos, los que permanecen en mi memoria. Aquella noche, la final, la definitiva, debía marcar el inicio de una nueva vida. Luego de intercambiar anillos y celebrar con inagotables litros de aguardiente con familiares y amigos, mi amor y yo iniciamos el trayecto hacia la casa del Junquito que habían puesto gratuitamente a nuestra disposición para concluir nuestra celebración, para consumar nuestro amor.

Yo iba al volante y ella me sonreía desde el asiento contiguo sin percatarse de lo que realmente sucedía. Tal vez el cansancio de la ceremonia había acabado con la agudeza de sus sentidos. Sin embargo, yo estaba allí con la ventana abierta escuchando desde el inicio de la carretera un motor que parecía acompañarnos. La falta de aire acondicionado en nuestro vehículo y el frío de la noche habían deteriorado la visibilidad. Después de la primera curva, la neblina había empañado ya todos los vidrios. Procuré manejar despacio, puesto que las únicas luces que parecían iluminar la húmeda carretera eran la de nuestro carro. Tímidamente se proyectaban hacia el asfalto anunciando sólo la presencia de objetos cercanos. Aún así, en medio de esa ausencia, de esa carretera tan vacía pero tan llena de fantasmas a la vez, el motor continuaba acompañándonos. Únicamente se detuvo cuando llegamos a nuestro destino.

Luego de una eterna hora de viaje, la casa pareció asomarse ante nuestros ojos. Unos pocos rayos de luz amarilla iluminaban una puerta blanca que parecía desconcharse ante nuestra presencia. Me bajé del carro y pude sentir el viento que movía las hojas de los árboles haciéndolas sonar. Unas cuantas chicharras cantaban ocultando una serie de sonidos tímidos, pero amenazantes. Entre ellos podía sentir la presencia inminente de nuestro perseguidor. Ignoré por momentos este hecho y tomé a mi amor entre brazos para conducirla al interior de la casa, para así traspasar juntos aquella puerta que anunciaba un mundo lleno de sorpresas.

Entre una serie de trastabilleos y desequilibrios logré abrir la puerta. La oscuridad y mis ojos, que ahora sólo veían objetos en movimiento, no me permitían dar pasos certeros y avanzar con firmeza. Sentía que debía desarrollar una gran fortaleza para defendernos a ambos. Ella, sin embargo, conservaba una tranquilidad virtuosa. La coloqué sobre un sillón que tropezó con nosotros, después de dar unos diez pasos entre sombras. Entre tanta oscuridad y tantos ruidos silenciosos, necesitaba hallar una luz, necesitaba confirmar que mis sospechas eran falsas. De otra forma, correríamos el mayor de los peligros.

Le dí la espalda a mi amor y repetí el trayecto hacia la puerta para buscar en las paredes algún suiche. Mientras tanto sonaron doce campanadas de un reloj antiguo. Con el primer “gong” me detuve. Escuché luego los cinco siguientes y mi mano fue instintivamente hacia mi bolsillo, donde conservaba una navaja de antaño. El séptimo “gong” me llevó a sacarla de su lugar original y prepararme para cualquier ataque. El octavo y el noveno, me permitieron alcanzar la pared. Otro “gong” y yo no encontraba suiche alguno. Entre este último sonido y la onceava campanada sentí un movimiento extraño a mis espaldas. ¿Sería nuestro perseguidor? El doceavo “gong” detuvo mi corazón. Sentía que pronto recibiría un ataque sorpresivo, un ataque inminente que acabaría con mi existencia en un instante. Fue entonces cuando conseguí un botón, lo oprimí, una luz iluminó el lugar y lo descubrí. Quise anticiparme a sus acciones y rápidamente comencé a acuchillearlo. Él se defendía con la misma agilidad. Pronto acabamos los dos en el piso, frente a frente, sin ánimo de continuar ataque alguno. No sé por qué, pero me sentí tranquilo. Creo haberme quedado allí durmiendo.

Horas más tarde una luz invadió el recinto y penetró directamente en mis ojos. Los abrí, pero me quedé en el suelo. Fue entonces cuando pude ver con mayor claridad a nuestro perseguidor. Una sombra que salía de mis pies estaba sostenida por mi puñal, que parecía estar clavado sobre su oscuro corazón. Me volteé para ver si mi amor se había salvado de su ataque. Había desaparecido. En su lugar, sobre el sofá, sólo se podía observar una botella vacía de aguardiente. Después de eso, no recuerdo muy bien qué sucedió. Quizás acabo de morir y llegué al infierno, un infierno de cuatro paredes blancas, vacío, absoluto, que me separa de mi amor y me mantiene en una rotunda soledad.

(3er semestre - 2004-II - Taller de Redacción I)

domingo, 13 de julio de 2008

Camino a la cocina

Freya León

Pasara lo que pasara aquel invariable pasillo con descorchadas paredes ahogadas en polvo siempre lo conduciría certeramente hasta la austera cocina en la que el despliegue de una cerilla sería el primer sonido que lo acompañaría fielmente mañana a mañana.

“¡Paco! Tan básico como inconcluso. Mi nombre ni requería el más mínimo esfuerzo gesticular de mis interlocutores para pronunciarlo. Dos sílabas, simulando un sonido servían para llamarme”.

Sobre un desgastado taburete y los codos sepultados sobre la mesa, con la compañía espumosa de un café colgando en su mano izquierda, planificaba sin la más mínima señal de ansías su jornada. Y es que atravesar la Tercera Avenida de los Héroes con un paso sostenido no tomaba más de diez minutos de ida y otros diez de vuelta.

A su llegada a la oficina de correos de la capital, recibía de manos del supervisos “un manjar de cartas”, dulces o agrias para quien las envía, pero para él, simplemente ajenas. Nunca un sobre de color rosa menos aún, alguno con aspecto de funesta noticia habían despertado su curiosidad. Él, sólo se limitaba a clasificarlas.

La única aproximación a un grito sofocado que llegó a escuchar en su vida, tenía origen en la garganta del supervisor anunciando su salida.

Saliendo todos los trabajadores juntos, y no tomando más de dos minutos para decir “hasta luego” y desearle al otro un buen día, Paco rompía la fila y comenzaba su travesía de retorno por la Tercera Avenida de los Héroes. Dispuesto a realizar uno de los pocos movimientos que simulaban dinámica en su vida: abrir la puerta del apartamento 3-B, tomar un corto baño para con precisión colocar la cabeza sobre la almohada, sujetar el control remoto y así por lo menos vivir el noticiero. Hasta que por la empolvada cortina se filtrara el primer rayo de sol que lo pondría frente a frente con el túnel hasta la cocina.

sábado, 12 de julio de 2008

2Kb

Carla Alvarenga

Ya estaba recuperando su ánimo, podía estar sólo en el cuarto, en la casa, sin que al pensar en ella brotaran de sus ojos dolorosas lágrimas. La música sonaba como era, no como un tango eterno de esos que escuchaba hace unos días. No Doubt y Creed, ya no eran ellos, le sonaban a Gardel. Fuertes y penetrantes tumbos que se agudizaban con el ronco de la voz y se le clavaban como agujas hechas de letras en donde siempre estaba ella. De canción en canción cambiaba de nombre, de piel, de cabello, pero para él era ella. Él sintiendo por y con ella. Seguía sólo.

Estaba con Grishman y sus suspensos. Quiso saber lo que le había escrito, no había visto el aviso, pero pronto se encontraría con un fondo blanco de tequila en el nick y 2kb de Susana en la bandeja de entrada.

Leer. No leer. Era corto, falto de letras, para lo que él creía necesitar, quizá falto de sentimientos, o tal vez no, quizá era una frase tan cargada como inexplicable. Leer. No iba a ser como los 2kb de antes. Traviesos con frases sentidas y cariñosas, o los que más gustaban, propuestas indecentes que para él significaban el momento de decencia más magnánimo de Susana.

Un titubeo. Leer. Error. ¿Leer?. ¿Y si era un aviso?. ¿Si lo a iba a perturbar de nuevo?. ¿Si le devolvía a Gwen la voz de Gardel?. Perturbado ya estaba, su sólo nombre en la bandeja de entrada con un alma de 2kb y el mensaje no leído ya era desconcertante. Era ella. Era él extrañándola a ella.

Actualizar. Leer. Pantalla iluminada, con borde azul y centro blanco. Blanco con marcas negras, símbolos que arman un párrafo. Blanco espacio. Susana Vennett.-

(3er semestre - Taller de Redacción I - 2006)

Mi préstamo a la vida

Carla Alvarenga

¿Quién lo iba a creer?, tanto tiempo, tanta vida, todo pasa, todo queda. ¿Cuándo pasó?, ¿Cómo pasó? No me di cuenta de cómo llegó este momento. Es triste, ya no eres mía. Falso, siempre lo serás. Pero ya volaste.

Ahí estas, con tu nerviosismo inmóvil, que me asusta y me inunda los ojos de melancólicas y nostálgicas lágrimas. Tan llena de vida, pero tan rígida. Tan de luto, tan de negro.

Me acuerdo como si fuera ayer cuando en éste mismo mundo te aferraste a mi pierna (tan gigante y segura para ti) como si fuera una columna del coliseo que años después conocerías, pero con esa misma inmensidad para ti.

Muchos niñitos alrededor, algunos descubriendo el misterio de tus rulos, otros tratando de conocer a tu amiga, esa muñeca que el niño Jesús te había dejado bajo el luminoso y colorido arbolito de la casa, hacía ya un tiempo, esa misma a la que le imprimías vida. Habían otros que entre lo que me tratabas de decir, veías atentamente, estaban haciendo algo que te parecía conocido: atados y tristes rogando porque no los abandonaran, aferrados a partes del cuerpo de despiadados adultos. Muchos gritos, mucha bulla, querías tú cama y a tu Naia. No te gustaba estar igual a los demás. Llegó por ti una completa y estirada desconocida, reacia y entre lágrimas que llenaban tus pequeños ojos me dejaste de ver fatídicamente, paso a paso.

Seis horas fueron un siglo, pero me recordaste cuando a la puerta te estaba esperando, un abrazo reconfortante y culpable me acechó. Desde ese día, todas las mañanas te molestaba algo que no podía dejarte salir de la cama, a medida que fuiste aprendiendo enfermedades te las atribuías todas, poco a poco esos pesares que algún días me achacaste, los iba padeciendo yo y achacándotelos a ti.

Hoy. Aquí. Ahí. Con tu largo trapo negro y ese sombrerito, sé que ya te perdí, tu medalla adornando tu cuello y alumbrando tu sonrisa, son la firma y el sello de mi préstamo a la vida, pero yo siempre seré tu propia columna del coliseo.


(3er semestre - Taller de Redacción I - 2006)

No estaba solo

Carla Alvarenga

¡Me atacó! Corría desesperada de ese ser maligno y despiadado. Mientras más me alejaba más sentía su presencia. No quería mirar atrás, pues huía de su aspecto repugnante, pero él no se daba por vencido en su afán de atacarme.

Podía escuchar el arrastre de sus pasos. Sin darme cuenta estaba adentro de ese oscuro y sucio edificio, corrí por las escaleras, pero en el primer piso no había nada más que la puerta de un ascensor, y su presencia aún me hostigaba. Desesperada llamé al ascensor, él cada vez más cerca, cuando abrieron las puertas entré.

Acabo de despertar, todo mi cuerpo está rígido y ausente. Me costó reconocer este cuarto de hospital, de pronto el arrastre de unos pasos me llevó a mirar la ventana. El pánico estremeció mi cuerpo. Me di cuenta que él aún estaba ahí, y no estaba solo. Cada vez caían más y más gusanos en la ventana, yo no podía hacer nada. Esta vez no podía correr.


(3er semestre - Taller de Redacción I - 2006)

martes, 8 de julio de 2008

As seen on TV

Yimmi Castillo

Play.

Imagen intermitente, interminable, chispeante. No hay nada aún. Aparece algo de pronto. La cámara apuntando el suelo. Movimientos descontrolados y frenéticos: Nubes, una calle, suelo, un perro, una casa.

Paneo de izquierda a derecha.

Imagen de una casa, mi casa. La pared es azul. ¿Esa pared no la pinté de verde ayer?

Traveling in.

Se abre la puerta de la casa, la cámara avanza, pasa por la sala. Muebles, fotos, un espejo. Varios cuadros en la pared. La pared es blanca, aún lo es. La cámara se detiene frente a la cocina

Plano General.

La cocina por dentro: el fregadero, cuatro gabinetes, dos están abiertos.

Zoom in.

Primer plano de un paquete de azúcar y uno de café.

Zoom Out.

Traveling in con paneo de derecha a izquierda.

La mesa del comedor, de seis puestos, con el centro de mesa que compró mi mujer al buhonero aquel en Sábana Grande.

Traveling out. Paneo de izquierda a derecha.

Otra vez la sala.

Paneo de derecha a izquierda.

La puerta de mi cuarto. Al lado, la puerta del cuarto desocupado destinado a mi primer hijo. Ambas puertas están cerradas.

Primer Plano de la puerta de mi cuarto.

Traveling in.

La puerta de mi cuarto se abre. Mi cama, una voz: “Mi amor, ¿llegaste?”.

Paneo de derecha a izquierda.

Plano general de la puerta del baño.

Mi mujer sale desnuda. Cara de sorpresa, grita, intenta correr.

La imagen se voltea, de lado. Rebote. La cámara queda fija. Al parecer cayó en la cama. Un hombre, o más bien sus Levi’s. Toma a mi mujer, creo que la agarra por un brazo, su brazo izquierdo. La golpea, la mete en el closet.

Pausa.

Miro al closet.

Play.

Pantalla negra

Forward.

Imagen chispeante, la misma del inicio. Nada, al parecer eso es todo.

Stop.

Me dirijo al clóset. Dudo. Abro la puerta.

No hay nada

Bajo la mirada. Una nota en el piso.

Tomo la nota y la leo:

“Si lo viste en televisión, ¿debe ser verdad?”.


Taller de redacción I. 2005 (Creo). Reeditado en 2008.