domingo, 13 de julio de 2008

Camino a la cocina

Freya León

Pasara lo que pasara aquel invariable pasillo con descorchadas paredes ahogadas en polvo siempre lo conduciría certeramente hasta la austera cocina en la que el despliegue de una cerilla sería el primer sonido que lo acompañaría fielmente mañana a mañana.

“¡Paco! Tan básico como inconcluso. Mi nombre ni requería el más mínimo esfuerzo gesticular de mis interlocutores para pronunciarlo. Dos sílabas, simulando un sonido servían para llamarme”.

Sobre un desgastado taburete y los codos sepultados sobre la mesa, con la compañía espumosa de un café colgando en su mano izquierda, planificaba sin la más mínima señal de ansías su jornada. Y es que atravesar la Tercera Avenida de los Héroes con un paso sostenido no tomaba más de diez minutos de ida y otros diez de vuelta.

A su llegada a la oficina de correos de la capital, recibía de manos del supervisos “un manjar de cartas”, dulces o agrias para quien las envía, pero para él, simplemente ajenas. Nunca un sobre de color rosa menos aún, alguno con aspecto de funesta noticia habían despertado su curiosidad. Él, sólo se limitaba a clasificarlas.

La única aproximación a un grito sofocado que llegó a escuchar en su vida, tenía origen en la garganta del supervisor anunciando su salida.

Saliendo todos los trabajadores juntos, y no tomando más de dos minutos para decir “hasta luego” y desearle al otro un buen día, Paco rompía la fila y comenzaba su travesía de retorno por la Tercera Avenida de los Héroes. Dispuesto a realizar uno de los pocos movimientos que simulaban dinámica en su vida: abrir la puerta del apartamento 3-B, tomar un corto baño para con precisión colocar la cabeza sobre la almohada, sujetar el control remoto y así por lo menos vivir el noticiero. Hasta que por la empolvada cortina se filtrara el primer rayo de sol que lo pondría frente a frente con el túnel hasta la cocina.

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