sábado, 5 de julio de 2008

Esperar, esperar, esperar

Michelle Falsone

El frío roble de la puerta crispaba sus nervios, y con la yema de sus dedos rozaba el metal brillante de la manija. Se decidió por abrirla. Si, le carcomía por dentro. Tenía que saber cómo era ella, esa mujer de sonrisa contagiosa y profunda mirada a la que vio una vez y que le asaltaba cada uno de sus pensamientos. Tenía que entrar y sólo le quedaría esperar, esperar, esperar. Abrió la puerta con su mano derecha y mientras mantenía fuertemente la izquierda agarrada de la cuerda, dio un paso.

Un aroma impregnó sus sentidos, como una brisa cálida de verano adornada con toques de esencias místicas cuyos nombres se han olvidado. Un sabor a trópico, a mar. Una sensación de paz y tormenta, de risa y lágrimas le invadió el alma. ¡Tantas imágenes le traía ese lugar en el que jamás había estado!

Los rayos de sol se filtraban a través del balcón al ritmo del baile de las largas cortinas que lo cercaban. Los rayos bañaban la habitación y calentaban el piso donde tantas veces pies desnudos danzaron. El techo raso estrellado cubría la habitación representando un cielo que no existía, constelaciones sin nombres. Del espejo del tocador caían coloridos y ondeantes velos, rozando el viejo y adorado cascanueces, con la bailarina de porcelana, el ratón de fieltro y el reloj de madera que aún funcionaba. Adornos tribales, indígenas y africanos también encontraban un equilibrio desconocido en la decoración.

La madera color caoba del tocador hacía juego con la cama, la mesa de noche, el secreter atestado de libros. Encima del televisor había hadas y una muñeca colonial, una flauta de pan y un adorno tribal mejicano de hierro forjado y cristales de colores. Juegos de polly pocket en las repisas del mueble, el dvd e innumerables películas amontonadas.

El secreter inundado de libros, libros de mitología, de extraterrestres, de metafísica, de ciencia, de fantasía llenaban los estantes; Platón, Benítez, Rowling, Tolkien, Bronte. Cientos de hojas y cuadernos en desorden dentro del mueble, gavetas llenas de carpetas, plastilina, cartulinas, exámenes, disfraces, reglas y trajes de baño. La mesa de noche con velas aromáticas, cristales de amatista, la lámpara en forma de flor alumbrando a una bailarina. Cuadros de paisajes autóctonos, abstractos, llenos de color. Una pared casi llena de reconocimientos y diplomas apenas sostenidos por trozos de teipe, casi sin importancia. En el balcón montones de pinceles y óleos, acrílicas y tempera. En las paredes pintadas palmeras tamaño real.

Y se sentó en la cama, aspirando cada sensación que le traía ese lugar, ahora lo sabía todo sobre ella. Sólo tendría que esperar, esperar, esperar. Miró al techo estrellado y una constelación salió a su vista, el ahorcado, rió para sus adentros, ella había tenido su propio final al frente de sus narices y nunca se había dado cuenta. Acarició la soga de seda y suavemente la templó. Estaba perfecta. Tenía que ser perfecta pues al cuello al que pertenecería era digno de la más honrosa de las muertes. Sólo tendría que esperar, esperar, esperar.


(3er semestre - 2007-2 - Taller de Redacción I)

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