martes, 8 de julio de 2008

Yo reflejo

Yimmi Castillo

“Sabes bien que no quiero hacerlo”. Ella dijo eso parada frente a mí. Era primera vez que veía a esta mujer, pero, he visto muchas mujeres en mi vida, así que en realidad no podría afirmar si la había visto o no. Sacó una pintura que se echó en los labios tornándolos de un color rosa pálido que le transformó la cara. Llevaba puesta una blusa negra manga larga, unos guantes negros, uno de ellos puesto encima del lavamanos mientras hacía su trabajo de embellecimiento.

-Así sea para cometer un crimen hay que ser bella –dijo, pero esta vez fue algo extraño, no noté movimiento alguno en sus labios -, tenemos que hacerlo, lamentablemente o afortunadamente.

-Pero, es que no le encuentro sentido a esto de matar por algo de lo que no estoy convencida –esta vez si hubo movimiento en sus labios -, realmente no lo quiero hacer.

La otra voz venía de mí. Hasta ese momento jamás había sentido eso, pensaba que mi función era simplemente estar parado allí y que la gente buscara su reflejo en mi cara. Y en ese sentido había visto muchas cosas. Un día la señora de la casa se pasó toda la mañana haciendo muecas extrañas, de haber tenido boca me hubiese reído a carcajadas. Otro día el señor entró muy molesto y golpeó con su puño mi cara, dejándome una grieta que hasta el día de hoy me adorna. Pero, definitivamente a esta mujer no la conocía.

-No tienes que estar convencida de nada, es algo que tienes que hacer y punto –la voz dentro de mi estaba algo molesta, al parecer -. Eres una tonta, termina y sal de aquí.

-Espera, tengo que ponerme esto.

Sacó un pasamontañas negro de un bolso que traía y se lo colocó, la voz dentro de mi le contestó: “Date prisa, no hay tiempo que perder. Debemos hacer justicia”.

Era extraño, yo no quería decirle esas cosas, es más, no era yo quien se las decía. La mujer metió todo en el bolso y se dirigió a la puerta del baño, se detuvo y se volvió a mí. Su rostro, todo cubierto de negro tenía un ligero contraste con los labios rosa pálido que sobresalían por uno de los orificios del pasamontañas.

-Si llego a fracasar tengo que acabar con mi vida. ¿Tú vas a explicarle a mamá?

-Si tú fracasas, yo también fracaso. Los de la organización le hablarán de lo que pasó, tal como quedamos.

La mujer salió rápidamente. Yo me quedé ahí en mi puesto, dispuesto a seguir siendo el espejo del baño del palacio de gobierno que siempre había sido. De pronto escuché a la señora gritando, luego un disparo, dos, tres, mucho silencio. Unos pasos, la mujer entró de nuevo al baño un poco agitada, se quitó el pasamontañas y sonrió ante mi.

-Lo hicimos…

-Sí, lo hicimos. Vámonos de aquí antes que alguien se de cuenta.


Castellano II. 2004.

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